Admito que, como futuro pensionista, estoy
seriamente preocupado por lo que pueda suceder el día que me corresponda cobrar
la pensión de jubilación por la que he cotizado durante toda mi vida laboral.
Cuando el gobierno Zapatero hizo su reforma del
sistema público de pensiones, fruncí el ceño, aquella reforma iba
en contra de mis intereses, pero entendí que, como un mal menor, era necesaria
para garantizar la sostenibilidad del sistema.
Después, cuando Mariano Rajoy dijo hasta la saciedad
que lo último que tocaría serían las pensiones, respiré tranquilo, al fin hay
un político que se preocupa de la gente, pensé. ¡Santa inocencia! A Rajoy le
faltó tiempo para incumplir su promesa -también ésta, como muchas otras-, y meter la tijera en el ya castigado sistema
público de pensiones.
El sentido común dice que las reformas, para ser
legítimas, han de estar basadas en la justicia. En el caso de las pensiones lo
lógico sería repartir las cargas de forma equitativa entre jóvenes y mayores.
Sin embargo, la reforma llevada a cabo por el gobierno de Rajoy no tuvo en
cuenta ni éste ni otros principios y, en cambio, si tuvo un eje vertebrador
claro: debilitar el carácter público del sistema y reducir la cuantía de las
pensiones contributivas para favorecer el campo de acción de los fondos
privados de pensiones.
A finales de 2011 el fondo de reserva de la
Seguridad Social estaba por encima de los 66.000 mil millones de euros. Ahora,
según el informe anual que entregó, en
el mes de marzo, al Congreso la ministra de Empleo Fátima Báñez, ese fondo no llega a los 42.000 millones. O sea que en tres años se ha
volatilizado el 37 %. Si bien es cierto que ese fondo se creó para utilizarlo
cuando hubiera déficit estructural, también es verdad que se marcó un tope de
3.000 millones al año como máximo que el ejecutivo ha incumplido
sistemáticamente.
Con este panorama, es evidente que, si esto no
cambia pronto, vamos a ser muchos los que no nos podamos jubilar y deberemos
seguir en el tajo mientras el cuerpo aguante.
Por tanto, con situaciones como la descrita no son
de extrañar varapalos como el de Andalucía y otros que están por llegar. Todos
recordamos aquel adagio que dice: quien siembra vientos recoge tempestades.
Luego que no se extrañen.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 08/04/15
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