Según el banco de España, hemos dejado la recesión atrás. Una recesión que han experimentado, en mayor o menor medida, todos los países occidentales al rebufo de las hipotecas subprime. Ahora, un avance pírrico de un 0,1% del PIB en el tercer trimestre en comparación con el segundo, significa, al menos para los técnicos, ver la luz al final del túnel.
Eso si, el paisaje después de la batalla es desolador. Tras más de cinco años de depresión se han perdido 3,7 millones de puestos de trabajo y la actividad económica ha caído un 7,5%. La desigualdad entre las diversas clases sociales se ha agudizado de forma exponencial, más del 25% de la población vive en riesgo de exclusión y el Estado del bienestar está hecho jirones.
Con todo, el ministro de Economía, Luís de Guindos, ha querido ver el vaso medio lleno y cuando habla de la situación se refiere a algo más que a un “dato puntual”, si bien aportilla que “queda mucha crisis por delante, pero este es el primer paso, aunque pequeño, tímido y limitado”.
Coincide está visión moderadamente optimista con la de los mercados e inversores financieros que en los últimos tiempos están apostando por una recuperación sin vuelta atrás. En estos momentos, para muchos inversores, resulta atractivo invertir en España. Y lo es porque un buen número de empresas españolas en la época de bonanza consiguieron un alto grado de penetración en los mercados internacionales, pero ahora están fuertemente endeudadas. Como dice el estadístico del Estado Juan Ignacio Crespo “hemos entrado en un circuito virtuoso de confianza, pero no hay certeza de que vaya a durar”. Por nuestro propio bien, esperemos que sí.
En cualquier caso, aquellos versos de Espronceda según los cuales “nada es verdad ni mentira/, todo es según le color del cristal/ con que se mira”, adquieren hoy plena vigencia. Alfredo Pérez Rubalcaba dice que “no se puede hablar de recuperación de la economía española mientras no se pueda hablar de recuperación de la economía de los españoles”. Para Gaspar Llamazares, diputado de IU, “hablar de crecimiento roza el sarcasmo, los ciudadanos viven una situación de paro masivo y depresión económica”. Abundando en estas argumentaciones debemos recordar que, en lo que llevamos de legislatura, se han destruido un millón de empleos y la deuda ha aumentado en 250.000 millones de euros. Por si esto fuera poco, recordemos que tras la crisis de los noventa se tardaron más de 13 años para que la economía española llegase a tasas de desempleo similares a las europeas.
El 26% de paro, la gran cantidad de deuda acumulada (próxima al 100% del PIB) y la escasez del consumo interno lastrarán lo indecible la salida del agujero. Para los analistas del Instituto Flores de Lemus “resulta razonable esperar el nivel de empleo anterior a la crisis entrono al 2026”, ahí es nada.
Con todos estos datos sobre la mesa, hay que ser prudente y moderadamente optimista. La ocupación, en su conjunto, ha seguido cayendo en agricultura, industria y construcción. Tan solo los servicios impulsados por el turismo han dado datos esperanzadores, pero sabida es la estacionalidad del sector. En consecuencia, resulta muy arriesgado pronosticar que estamos ante el inicio de una reactivación sostenible del empleo. Además, no hemos de perder de vista que la población activa sigue cayendo, y eso indica el desánimo existente en la búsqueda de trabajo.
Ciertamente, nuestro mercado laboral ha encadenado dos trimestres de creación de empleo y descenso del paro. Entre julio y septiembre se han creado 39.500 empleos, el desempleo ha bajado en más de 72.000 personas y eso significa que el paro ha bajado en tres décimas y esa es una buena noticia. No obstante, acabado el verano, la tímida recuperación económica no impedirá que se vuelva a destruir empleo.
La mejora ha sido anémica y lo es más si tenemos en cuenta que la práctica totalidad del empleo creado en el último trimestre fue temporal, 169.500 contratos de trabajo con fecha de caducidad, frente 146.500 fijos destruidos. Por otra parte, a este galimatías de cifras debemos añadir que casi la mitad de la caída del desempleo obedece al desánimo laboral, a al vez que el descenso de la población activa tiene que ver con la marcha de una parte de la población extranjera.
Sería deseable que estos pretendidos brotes verdes llegaran a la economía real, que las empresas tuvieran financiación y que se generara una auténtica política industrial. El empleo aumenta cuando aumenta el consumo y la inversión no especulativa. Por tanto, el Gobierno haría bien en reforzar esas facetas. Eso haría que las empresas aplicasen inversiones para satisfacer la demanda y no buscasen tan solo la especulación como ha sucedido en los últimos tiempos con demasiada frecuencia.
A partir de ahora, cabe esperar que estos dos ámbitos (consumo e inversión) mejoren, pero lo harán lentamente y todavía en tasas negativas. Según los expertos no habrá creación neta de empleo en términos interanuales hasta el tercer trimestre de 2014.
De todos modos, deberemos estar muy atentos al pacto de gran coalición que se está gestando en Alemania entre cristianodemócratas y socialdemócrata (CDU-CSU/SPD). Será muy importante que se incorpore el mayor número posible de los 10 mandamientos propuestos por los socialdemócratas.
Como mínimo, se debería aumentar del gasto en infraestructuras, la implantación de un salario mínimo de 8,5 euros hora que corrija al menos en parte la devaluación salarial de la Agenda 2010 y una nueva agenda para el crecimiento europeo: todo ello generaría más consumo. Al fin y a al cabo se trata de engrasar la máquina de la economía, incluida la de los países socios exportadores.
No es cuestión de hacer propuestas revolucionarias: no procede. Ahora bien, hay margen para llevar a cabo una política económica que marque un claro cambio de tendencia y arrinconar, de forma definitiva, la obsesión por la austeridad. De ese modo, aunque sea lentamente, podremos salir del agujero.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 30/10/13
17 de novembre 2013
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