Vox empezó a sacar la cabeza en
nuestro complejo sistema político a raíz de la eclosión del independentismo
catalán, con la milonga de que España se rompe. Sin embargo, una vez que el
procés estuvo amortizado y España sigue tan entera como antes de 2017, los de
Abascal necesitaban algún argumento tremendista y con gancho para seguir a
rueda del PP y no dejar de pellizcarle las posaderas; esa tesis la encontraron
en su animadversión a los que vienen de fuera. Además, el rechazo a lo foráneo
es uno de sus nexos de unión con personajes como Donald Trump, Viktor Orban,
Giorgia Meloni o Marine Le Pen. Y, de
momento, no solo les funciona, sino que están llevando a su terreno al que se
supone gran partido de la derecha de España, que cada vez se aleja más del
centro y se acerca más al extremo. Pues bien, todo eso hace que la extrema
derecha está imponiendo su relato sobre inmigración.
El pasado mes de abril, el único
grupo parlamentario que en el Congreso de los diputados votó en contra de
admitir a trámite una iniciativa legislativa promovida por organizaciones
sociales para regularizar a cientos de miles de inmigrantes que viven en España,
fue el de Vox. Cuatro meses después, era el PP el que se negaba a modificar la
Ley de Extranjería para obligar a las comunidades autónomas a acoger a menores
inmigrantes cuando una de ellas esté sobresaturada, como está ocurriendo este
año en Canarias. Esa negativa de los populares supuso un duro enfrentamiento (uno
más) entre Gobierno y oposición. En medio del rifirrafe Feijóo no tuvo ningún
empacho en relacionar de forma torticera inmigración, delincuencia y ocupación
de viviendas. “Pido el voto a los que no admiten que la inmigración ilegal se meta
en nuestras casas, ocupando nuestros domicilios, mientras nosotros no podemos entrar
en nuestras propiedades”; dijo en un acto electoral, y cuentan algunos de los
allí presentes que se quedó tan pancho y no se le cayó la cara de vergüenza.
Barbaridades de ese tipo han hecho que
la inmigración haya escalado puestos entre las preocupaciones de los españoles.
El barómetro del CIS de junio la colocaba en el puesto noveno. Solo un mes
después, ya se encontraba en el cuarto lugar de la clasificación de los grandes
problemas del país entre los encuestados, impulsada por la crisis canaria de
los menores, la imagen repetida en televisión de barcazas abarrotadas de
personas desfallecidas por la travesía llegando a El Hierro y, por supuesto, la
subida de intensidad del debate político.
Cuando se producen situaciones
complejas como la que nos ocupa, no faltan iluminados que proponen soluciones
mágicas. Es el caso del mamporrero, Miguel Tellado, portavoz parlamentario del
PP. Por eso, el fino estilista dialéctico propuso en su momento que “el
ejército controlase las costas para evitar la llegada de pateras” y “deportaciones
masivas”. Algo que como denuncian los especialistas está sencillamente prohibido
por el derecho internacional. Además, de ser literalmente impracticable, ¿cómo
se hace? A ver, se coge a 20.000
personas y ¿dónde los llevas?, ¿qué haces con ellas? Comenta un experto en la
materia.
La realidad es que los inmigrantes
son la solución a buena parte de nuestros problemas. Los empresarios encuentran
mano de obra disponible para trabajos que normalmente los de aquí no quieren
hacer, porque, por lo general, suelen ser tareas, bastante ingratas, en el
sector de los servicios y/o de soporte a las personas mayores o con
discapacidad, con horarios muy amplios y, habitualmente, bastante mal pagados. También
las clases sociales acomodadas los pueden pagar para que los recién llegados se
ocupen de sus hijos o de sus padres, mientras ellos llevan a cabo un trabajo
más atractivo y mejor remunerado.
Es cierto, sin embargo, que entre las
clases más populares y los inmigrantes, a menudo, se producen algunos choques
por conflictos de intereses. Suele ocurrir con las ayudas que las
administraciones otorgan a los más desfavorecidos. Quizás el asunto más
paradigmático, en este terreno, sean las becas comedor, pero no el único. Y ese
es el caldo de cultivo perfecto para que el populismo arraigue en esos
segmentos de la población.
Hay quién ve la llegada de los
inmigrantes más como un problema que como una solución, cuando en realidad esas
personas son más parte de lo segundo que de lo primero. Hemos de ser
conscientes de que la democracia está en jaque y la inmigración es un medio
para acosarla. En Hungría, por ejemplo, Víktor Orban ataca con dureza la inmigración,
cuando se da la paradoja que en su país casi no existe. Y es que esto no va
solo de inmigración, también va de democracia. En consecuencia, debemos persistir
en la lucha contra las desigualdades y no segregar a las personas por haber
nacido en otro sitio. Los inmigrantes no tienen menos derechos que nosotros y
ellos también merecen poder desarrollar un proyecto de vida.
En definitiva, son muchos los pros
que avalan la llegada de gente que viene buscando un lugar donde vivir y un
futuro mejor, mientras que son muy pocos o ninguno los contras que sugieren su
rechazo. Por consiguiente, tengamos claro que los inmigrantes son más parte de
la solución que del problema.
Bernardo Fernández
Publicado en CatalunyaPress
08/12/2024
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