El mensaje emitido por los electores el pasado 20-D
fue meridianamente claro: no nos gusta lo que se ha hecho hasta ahora y no
queremos que decida un solo partido; poneos de acuerdo para gobernar, resolver
problemas y no seáis vosotros los que los ocasionéis.
Sin embargo, los líderes políticos no entendieron, o
no quisieron entender, el recado enviado por la ciudadanía y durante seis meses
la política en nuestro país ha estado en punto muerto.
Por eso, el pasado domingo, 26 de junio, volvimos a
las urnas. En esta ocasión el electorado se ha pronunciado de forma más
rotunda, otorgando al Partido Popular, 14 escaños más que en diciembre y
restando 5 al PSOE, respecto a los 90 obtenidos en aquella ocasión.
Ciertamente, el partido socialista ha logrado los
peores resultados de su historia. No obstante, hay que tener en cuenta que se
había polarizado mucho el proceso electoral entre el PP y la coalición Unidos
Podemos de nueva creación. Tanto que, la práctica totalidad de sondeos, incluso
los llevados a cabo a pie de urna el mismo día de los comicios, daban como
seguro el sorpasso de los de Iglesias a los de Sánchez, dejando así a los
socialistas como tercera fuerza.
Pero la realidad es tozuda y el PSOE se mantiene
como fuerza hegemónica de la izquierda, mientras que la nueva coalición pierde
1,2 millones de votos con respecto al 20-D, obteniendo los mismos escaños que
obtuvieron por separado. Y es que, en política, las sumas a veces restan.
Aunque corremos el riesgo de que la próxima
legislatura sea más de lo mismo, hay que dar a Mariano Rajoy la oportunidad de
que acepte la propuesta para ser candidato a la presidencia del Gobierno que
con toda probabilidad le hará Felipe VI. Llegados a ese punto, sería lógico que
los socialistas permitieran formar ejecutivo a los que han ganado por amplio
margen las elecciones. El país no puede seguir bloqueado.
Estamos
viviendo momentos excepcionales y hay reformas que no pueden esperar. La de la Constitución
es una, pero no la única. Por eso, no conviene dinamitar puentes, ya que, para
determinadas cuestiones, la colaboración derecha izquierda resultará
imprescindible y sin consenso no hay reforma posible.
Realmente, la
situación es compleja, por eso esperemos que los líderes políticos sepan anteponer
los intereses del país a los intereses personales o de partido.
Bernardo
Fernández
Publicado en ABC 29/06/16
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