Las chicas y chicos de la CUP dijeron hasta la
saciedad, durante la campaña electoral y tras las elecciones del 27 S, que no
investirían a Artur Mas Después, han
estado mareando la perdiz durante 3 meses, hasta que se reunieron en asamblea el pasado domingo
27 de diciembre, y entonces les temblaron las piernas o les superó la
responsabilidad y no dieron el visto bueno a la Investidura de Mas, pero tampoco dijeron no, es decir, ni lo
uno ni lo otro.
Ese día, tras largas horas de debates los
“cupaires” votaron de forma secreta la
investidura o no del presidente en funciones y se produjo un empate a 1515 votos
entre los partidarios a la investidura
y los contrarios. Un resultado técnicamente posible y, sin embargo,
prácticamente muy improbable.
Algunos de los líderes más mediáticos de la
formación, como Antonio Baños y otros, salieron a intentar explicar el insólito
resultado de la votación. Uno de los
argumentos esgrimidos fue que en todo este proceso las matemáticas son
diabólicas. Razonamiento profundo sin duda. Eso sí, la comparecencia ante la
prensa fue al más puro estilo Rajoy o sea: sin admitir preguntas de los medios
allí reunidos.
De todos modos, ha quedado claro que los antisistema
independentistas aprenden rápido. Por eso, tras un largo proceso de consulta a
las asambleas de base a lo largo de todo el territorio catalán, el pasado
domingo, 3 de enero, se reunió el consejo político y el grupo de acción
parlamentaria –un total de 68 personas-, y después de analizar y debatir las
decisiones de los diferentes conclaves territoriales acordaron decir no a la
investidura de Mas y forzar unas nuevas elecciones a celebrar en marzo, a menos
de que Junts pel Sí proponga otro candidato. En esta ocasión, se convocó una
rueda de prensa para informar de la decisión tomada y en la misma sí que se
admitieron intervenciones y preguntas de los asistentes.
Algunas cosas son evidentes tras este larguísimo
proceso de negociación. Una, se ha puesto de manifiesto la ineficacia del
asambleísmo que se había presentado como el mejor de todos los medios y, sin
embargo, se ha demostrado incapaz e inútil ya que la participación de las bases
no es posible ni en la política diaria ni en la parlamentaria.
Otra, la deplorable imagen de un político
liberal-conservador sometido por 10 diputados antisistema. Resulta difícil de
explicar por su incoherencia, por su oportunismo
y por el estupor que genera el afán por mantenerse en el poder a cualquier
precio, aunque eso suponga ir acumulando desprestigio a marchas forzadas.
Sea como sea, debe quedar meridianamente claro que,
el máximo responsable de todo este triste desaguisado que estamos padeciendo en
Cataluña, no es otro que Artur Mas. Él es el máximo responsable porque ha sido
quien ha autorizado a Juntos pe Sí (la organización con la que se presentó a
las elecciones al 27 S) a que ofreciera
a la CUP un plan social de choque contra la pobreza que supera los 270
millones de euros que sabe de sobras no se podrá cumplir. Y no podrá cumplir
porque, las arcas de la Generalitat están exhaustas y en muchos casos son
medidas contrarias a las iniciativas políticas que han llevado a cabo los
gobiernos de Mas en el nefasto quinquenio de su mandato.
Pero es que la imposibilidad de llevar a cabo ese
plan de choque no era sólo política, también era técnica. La Generalitat funciona
con unos presupuestos prorrogados y eso impide aumentar el gasto. Claro que,
tal y como están las cosas, no se debería haber descartado un plantar cara al
Estado y desbordar los topes de déficit. Si bien entonces, lo más
plausible hubiera sido que el FLA dejara
de suministrar liquidez a Cataluña y ya hemos visto el drama de las farmacias,
de los centros de salud y de los proveedores del gobierno catalán en su
conjunto cuando el dinero no llega. Además, la deuda catalana supera el 130% de
su PIB (está próxima a los 70.000 millones de euros en el primer semestre) y
nos corresponde casi el 20% de la deuda de España que está sobre el billón de
euros.
En definitiva, Artur Mas lo ha intentado todo para seguir siendo presidente, incluso
prometer a sabiendas de que no podría
cumplir. Y ni Cataluña ni los catalanes nos lo merecemos ni tenemos porque
soportar tanta falacia y tantos insultos
a la inteligencia.
Por tanto, seamos serios y recuperemos autoestima,
precisamente, porque no somos independentistas. Es evidente que, entre otras
cosas, con el “prestigioso” currículo que como país nos han elaborado y esos
números tan atractivos sobre la mesa, nadie va apostar un ochavo por el
“procés”. Éste está muerto, aunque
todavía ha de dar muchos coletazos. Ha llegado el momento de levantar la mirada
y pensar en cosas importantes, como por ejemplo un frente amplio de los no
independentistas y no inmovilistas para
las próximas elecciones autonómicas.
Estemos atentos: el sainete independentista está pronto
a concluir.
Bernardo Fernández
Publicado en Crónica Global 05/01/16
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