Algunos opinadores, de esos que pontifican cuando hablan, sostienen que Artur Mas pasará a la historia como el gran estadista que dotó a Cataluña de estructuras de Estado y que llevó a su pueblo por el camino de la soberanía plena.
El tiempo da y quita razones, pero la realidad, a día de hoy, es que la obra de Mas al frente del “Govern dels millors”, en la legislatura más breve del Parlament, es más que discreta. Veamos.
La verdad es que CiU sólo ha cumplido una de sus principales promesas: eliminar el impuesto de sucesiones. Los nacionalistas catalanes aseguraron en la campaña electoral que reducirían el paro a la mitad en cuatro años, pues bien, en dos años ha aumentado de 686.000 a 821.000 personas. Se propuso una sustancial rebaja del fracaso escolar, que en 2009 era del 29%, ahora se ha quedado en el 26%. Asimismo, en estos 21 meses, los empleados públicos han visto reducido su salario entre el 5% y el 15%. En sanidad han aumentado las listas de espera de 56.000 a 80.000 pacientes. La renta mínima de inserción (último recurso de cohesión social), se ha retirado a 7.127 familias que antes de reformar las condiciones de percepción la recibían.
Y todo esto, sin tener en cuenta otros asuntos, no menores, como la supuesta corrupción de altos cargos de la Diputación de Barcelona, el caso Palau, los presuntos amaños en los concursos de las estaciones de ITV o la posible corrupción en la sanidad, entre otras minucias.
Con este bagaje, lo lógico sería que, en las próximas elecciones, la ciudadanía enviase a Artur Mas a su casa por una larga temporada; aunque lo más probable es que pase a la posteridad como el primer gobernante europeo a quien su política de ajustes no pasó factura electoral. Y es que ya se sabe, la historia está llena de contradicciones.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 10/10/12
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