Desde
hace un tiempo los analistas políticos utilizan con bastante frecuencia el
término posverdad. Según la enciclopedia libre Wikipedia, es un neologismo que
describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública,
los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las
emociones y a las creencias personales. En mi opinión, ese enunciado define a
la perfección la situación política que estamos viviendo en Cataluña.
En
efecto, ideólogos y líderes independentistas han construido el relato
secesionista catalán basado en una pretendida superioridad con respecto al
resto del Estado a partir de la lengua y la cultura propias, qué si bien son
valores a preservar y a potenciar no dan, ni pueden dar, derecho a privilegio
alguno. Aquí se hace realidad aquella máxima de Joseph Göbbels, ministro de
Ilustración Pública del Tercer Reich, según la cual, “una mentira dicha
adecuadamente mil veces acaba siendo una verdad”.
Y eso
es justamente lo que han hecho de forma torticera nuestros separatistas. Han
aprovechado para beneficio propio y de su ideario su preponderancia en las
instituciones, a la vez que han subvencionado generosamente a los medios de
comunicación que les son afines para, de esa forma, asegurarse importantes
cajas de resonancia.
Con
ese panorama de fondo, ha resultado relativamente fácil proponer a los
ciudadanos una independencia sin costes. Una bicoca donde todo serían ventajas.
Lograda esa hipotética independencia Cataluña dejaría de ser expoliada, como lo
es ahora por el pérfido Estado español. Además, las relaciones comerciales con
el principal cliente (España), no se verían afectadas en nada Tampoco los
catalanes, como ciudadanos de un nuevo Estado, deberíamos salir de la UE, por
supuesto podríamos seguir utilizando el euro y no tendríamos el más mínimo
problema para ser reconocidos por la comunidad internacional. Así se explica el
arraigo de la cantinela de las balanzas fiscales, convertida, hábilmente, en el
eslogan “España nos roba”. Aunque el propio Andreu Mas Colell, exconsejero de
Economía y Conocimiento, reconoció al final de su mandato que no existía tal
agravio. El caso es que el mensaje ya se había lanzado y con considerable
éxito, por cierto. Después, que lo dicho sea verdad o no, poco importa. Las
emociones y las creencias personales se han impuesto a la realidad objetiva.
Por otra parte, nos
dijeron que el procés sería transversal, pacífico, sin ningún tipo de violencia, algo así como
la “revolución de las sonrisas”. Sin embargo,
los hechos son tozudos y en los cinco años que llevamos de bagatela
“indepe” hemos ido conociendo la catadura moral y el talante político de algunos tótems. Primero fue Artur Mas
cuando nos advirtió que sería necesario utilizar la astucia para burlar al
Estado. Hace unos meses era el exjuez Santiago Vidal quien nos dejaba
estupefactos. El personaje, en distintas conferencias, aseguró que el Govern
estaba desarrollando diversos preparativos para llevar a cabo el famoso
referéndum. Así, por ejemplo, habló de la confección, por parte de la
Generalitat, de una base de datos fiscales sin tener, como es sabido,
competencia para ello y atentando, por consiguiente, contra la legislación de
protección de datos. Imperdonable, si es cierto, por lo que tiene de delito e
insoportable, si tan solo era una elucubración, por lo que tiene de
esperpéntico.
Semanas atrás Lluís
Llach no se anduvo con chiquitas y amenazó sin tapujos a todos aquellos, y en
especial a los funcionarios, que no acaten la ley de desconexión cuando la
misma sea aprobada.
Recientemente un
prestigioso medio de comunicación ha publicado un “borrador secreto de la ley
de secesión de Cataluña” (Ley de Transitoriedad Jurídica, en el argot de los
entendidos). Pues bien, ahí se dicen cosas tan peregrinas como que los jueces
serán controlados por la Generalitat, que se suprimirá la división de poderes o
que los funcionarios deberán solicitar la nacionalidad catalana para seguir
ejerciendo, entre otras menudencias por el estilo. Sin embargo, nadie ha
desmentido esa información, los voceros más o menos oficiales se han limitado a
decir que este borrador estaba ya desfasado.
Como colofón a este
breve análisis de la situación política en Cataluña, ha de quedar claro que la
independencia es una opción política tan legítima como cualquier otra. Ahora
bien, lo que no es legítimo es que el fin justifique los medios, que el secretismo
se haya convertido en norma y la transparencia en excepción. Que el pocès de
transversal no tenga nada ya que pretende que el catalán sea la única lengua
oficial y, en consecuencia, más de la mitad de la ciudadanía se verá obligada a
utilizar un idioma que no es el suyo. Además, actitudes cicateras y malas
praxis están a la orden del día. Y la violencia en forma de amenaza ya ha hecho
acto de presencia. Si a eso le añadimos la deformación de la realidad en forma
de psoverdad y la manipulación de los hechos en beneficio propio, nos
encontramos con un combinado altamente tóxico que está contaminando muy
seriamente la convivencia en una sociedad que hasta hace bien poco era
referencia. Lo lamentable es que eso
sucede porque algunos han decido echarlo todo a rodar antes que admitir como
error su propia alucinación.
En esas estamos.
Bernardo Fernández
Publicado en
E-notícies.cat 29/05/17
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