“…Pero
aquí abajo,
abajo
cerca de las raíces
es
donde la memoria
ningún
recuerdo omite
y
hay quienes se desmueren
y
hay quienes se desviven
y
así entre todos logran
lo
que era un imposible
que
todo el mundo sepa que el Sur,
que
el Sur también existe.”
Con esta bella estrofa termina el
poema “El sur también existe” del uruguayo Mario Benedetti al que Joan Manuel
Serrat puso música en 1985. Después de darle varias vueltas, me ha parecido oportuno
parafrasear el último verso para titular este artículo.
Geográficamente, el término se
refiere a los países que se encuentran debajo del ecuador (en el hemisferio
sur), en contraste con los que se encuentran completamente al norte de él. Sin
embargo, a menudo se utiliza de manera engañosa como abreviatura de mayoría
global, a pesar de que la mayor parte de la población mundial está por encima
del ecuador (al igual que la mayor parte de la masa terrestre del mundo). Por
ejemplo, a menudo escuchamos que India, el país más poblado del mundo, y China,
el segundo más poblado, están compitiendo por el liderazgo del Sur Global, y
ambos han celebrado conferencias diplomáticas con ese propósito. Pero, en
realidad, ambos están en el hemisferio norte.
El término es, de hecho, un eslogan
político más que una descripción precisa del mundo. En este sentido, parece
haber ganado fuerza como sinónimo para reemplazar términos menos acertados.
Durante la Guerra Fría, se decía que los países que no estaban alineados ni con
los bloques de Estados Unidos ni con la Unión Soviética pertenecían al “Tercer
Mundo”. Desde entonces, esos países han intentado organizarse de algún modo,
pero la realidad es que a día de hoy, todavía un centenar largo de países
constituyen un movimiento no alineado y bastante débil.
Pues bien, es muy posible que, con la
guerra comercial desatada por Donald Trump, las asociaciones de países que se
organizan para relacionarse libremente entre ellos a partir de las
transacciones comerciales ganen protagonismo y, de alguna manera, vengan a
suplir los espacios que deje vacíos el muro arancelario que está levantando la
Administración estadounidense.
Ante esta situación geopolítica a la
UE se le abra una ventana de oportunidad. En estas nuevas circunstancias, tanto
Úrsula Von der Leyen, como Antonio Costa harían bien en explorar las
posibilidades de transacciones comerciales que se pueden dar con los países que
conforman ese Sur Global. Europa tiene acuerdos con casi 80 países y es el
momento de ampliar esa red. Recientemente los líderes europeos han cerrado
acuerdos comerciales con Mercosur, México y Suiza, y eso está bien, pero hay
que seguir insistiendo.
De igual manera, se ha puesto en marcha
la primera asociación con Sudáfrica y, según parece, se está negociando un
acuerdo comercial con la India que debería estar listo a finales de año. También
se están manteniendo negociaciones con Indonesia y Tailandia. La diplomacia
europea está funcionando a tope y está llevando su espíritu comercial y de
fiabilidad por todo el planeta. Hay que dejar claro que Europa no es Estados
Unidos, aquí se actúa con rigor. Esa es la mejor manera de lograr mercados
alternativos —también de avanzar en la seguridad geoestratégica— que amortigüen
el golpe que está suponiendo la subida masiva y unilateral de aranceles que ha
emprendido Trump desde que regresó al poder hace menos de tres meses.
Quizás todos esos acuerdos no igualen
el volumen del intercambio con los EE UU, pero sí serán un buen amortiguador
que minimice los efectos devastadores que pueden generar las iniciativas del
presidente norteamericano.
Y mientras Europa se mueve en esa
onda, en EE UU se ha impuesto una forma de ver el mundo que altera
profundamente el orden mundial que los propios Estados Unidos tanto contribuyeron
a crear, y que, a la vez, tantos beneficios les ha proporcionado, pero que, sin
embargo, ahora, Trump se dispone a destruir: primero fue contra sus socios en
la OTAN, ahora Washington ataca el comercio global que defendió a capa y espada
Ronald Reagan. Estados Unidos cierra fronteras, vínculos económicos y alianzas
geoestratégicas en una política de creciente aislacionismo.
Los aranceles impuestos por Trump
están calculados de una forma fullera y bastante aleatoria, casi haciendo
trampas al solitario. No siguen una lógica aparente. Su sistema contable se
basa en dividir los déficits comerciales bilaterales por la importaciones,
castigan más —con la enorme excepción de China, el gran rival económico y geopolítico
de Estados Unidos— a los países amigos que a los adversarios: Irán queda menos
golpeado que Japón, con un 24%. Rusia no se ve afectada, con el argumento
inexacto de la Administración republicana de que no comercian “con ellos”.
Corea del Norte tampoco aparece en las listas. Pero incluso el aliado
inquebrantable Israel, que había eliminado sus aranceles a Estados Unidos para
evitar medidas recíprocas, recibe un 17%.
En cualquier caso, el mundo avanza y
si la UE quiere conservar su influencia como actor global, y no meramente
regional, debe abrazar el futuro, aprender a convivir con el Sur Global y
adquirir las habilidades necesarias para navegar por un mundo multipolar
impredecible y a menudo díscolo. O dicho de otro modo, hay que abandonar la
comodidad de un lugar pulcro y ordenado como es Europa, algo que no será fácil,
para salir al exterior donde la UE tiene mucho que ganar y poco que perder,
aventurándose en una jungla vibrante y apasionante.
Bernardo Fernández
Publicado en Club CÒRTUM 08/04/2025
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