Me ha sorprendido gratamente
el cambio de talante con que el Gobierno del PP está afrontando algunas
cuestiones en este inicio de legislatura. Cambio, sin duda alguna, motivado por
la nueva correlación de fuerzas existente en el Congreso de los diputados.
Cierto. Pero, cambio al fin. Con el tiempo y el devenir de los acontecimientos
sabremos si ese movimiento es sincero o, simplemente, un postureo.
Parece que los populares han
decidido hacer de la necesidad virtud. Por eso, me ha generado un moderado
optimismo la voluntad de dialogo mostrada por la Vicepresidenta del Ejecutivo,
Soraya Sáenz de Santamaría, así como el nombramiento de Enric Millo, como
Delegado del Gobierno en Cataluña.
Conocí a Millo siento portavoz
adjunto de Unió en el parlamento catalán, y puedo dar fe de su afabilidad,
capacidad de dialogo y voluntad para llegar a acuerdos.
Frente a esa predisposición,
sorprende la actitud del Presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que
pide dialogo con “la condición de que no haya condiciones” y, simultáneamente,
exige “bilateralidad” porque “el pueblo catalán se lo ha ganado”. Sin comentarios.
No le falta razón al delegado
del Gobierno cuando sostiene que hay cosas que deben negociarse directamente
entre el Gobierno central y el catalán, mientras que otros asuntos es mejor
tratarlos en comisiones multilaterales. Y eso es, justamente, lo que hizo el
Vicepresidente, Junqueras, asistiendo al Consejo de Política Fiscal y
Financiera, celebrado recientemente. Sin embargo, Puigdemont se niega a asistir
a la conferencia de Presidentes autonómicos convocada para el próximo 17 de
enero. Sin duda, evidente disparidad de talantes.
Ciertamente, no ayudarán los
desaires ni una pretendida superioridad moral a desencallar el conflicto. Pero
tampoco, la judicialización de la política, sacralizar las normas establecidas y
el menosprecio al otro, son factores para el entendimiento.
Pues bien, con este panorama
de fondo, algunos opinan que la oferta de dialogo, hecha por el Gobierno para
encauzar el “problema catalán”, llega tarde y, además, es insuficiente. Es
posible, pero, en cualquier caso, siempre es preferible el dialogo, aunque sea
raquítico, la negociación y el pacto a la algarada en la calle, la falta de
respeto a los símbolos institucionales y al desprecio a la legalidad que es lo
que sucede cuando la gobernabilidad de un país se confía a los antisistema.
Ha llegado el momento de
decidir: o dialogo o desastre. No hay mucho más.
Bernardo Fernández
Publicado en ABC 21/12/16