Hemos comenzado el año con los presupuestos del Govern, para 2022, aprobados. Hacía más de una década que la Generalitat funcionaba con presupuestos prorrogados o aprobados fuera de plazo. Las cuentas salieron adelante gracias a que en la votación final, se mantuvieron en el Parlamento el 23 de diciembre, los comunes se abstuvieron. De esa manera, la mayoría independentista quedó quebrada, aunque fuera temporalmente y, un renglón seguido, el presidente, Pere Aragonés, anuncióba que se vio desvinculado de la moción de confianza que había pactado con la CUP a cambio de que estos votaran su investidura.
Con todo, a nadie se le escapa
que, en Cataluña, poco a poco, estamos volviendo a una relativa normalidad política.
Y eso es posible porque ERC ha hecho una revisión crítica del otoño de 2017 y,
a partir de ahí, está haciendo un giro gradual de regreso al autonomismo. En
ese contexto, tiene especial importancia el borrador de la ponencia que han de
debatir los republicanos en una Conferencia que celebrarán a mediados de marzo.
En ese documento, entre otras cosas, se dice que: no se pone ningún límite temporal al objetivo de la independencia.
A diferencia de la anterior ponencia, donde se dejaba claro que la unilateralidad seguía siendo una opción.
Esta vez el borrador menciona esa posibilidad, aunque no concreta acciones
específicas. Es decir, la unilateralidad sigue aparcada, en el mismo sitio donde se quedó en 2017. De esa forma, ERC asume de forma tácita que Cataluña es una autonomía y
ahora hay gestionar y gobernar esa autonomía.
En el mencionado borrador también
se dice que: “No renunciamos ni
renunciaremos nunca a ningún instrumento democrático que nos permita decidir
nuestro futuro colectivo para llegar a la república catalana”. El texto propone:
“desde acciones de desobediencia política
y social hasta acciones de desbordamiento democrático para hacer posible la
autodeterminación”, y hacen bien porque nadie tiene por que renunciar a sus
sueños.
No obstante, y más allá de
determinadas ensoñaciones, los dirigentes de ERC saben de la importancia que
tiene, ante la comunidad internacional, la mesa de diálogo y creen que, ante un
eventual fracaso, el no haberse levantado de ese foro despertará simpatías internacionales que pueden favorecer
sus convicciones más profundas.
A nivel interno, los republicanos tienen claro que
para ser el partido hegemónico de Cataluña y lograr
el poder institucional que, en otro tiempo, tuvo
CiU, deben presentarse como una fuerza moderada y abierta. Esa es la razón por la que Oriol Junqueras pregona la
idea de abrir el espacio independentista a otras sensibilidades de izquierdas.
Algo que no es nuevo. De hecho, lo empezó a poner en práctica Josep-Lluís Carod-Rovira y su equipo, a principios de
este siglo. Existe, por lo tanto, un trabajo de reflexión teórica que ha
llevado al partido a esa mutación.
La aprobación de los presupuestos
dentro de plazo y los pactos para renovar cargos caducados han puesto de
manifiesto que en el Parlament no hay mayorías monolíticas, ni el rodillo
parlamentario funciona de manera automática. Aquí, igual que ocurre en las
democracias consolidadas, los grupos políticos han de dialogar, negociar y
pactar.
Más arriba he escrito relativa normalidad porque en la
política catalana suceden cosas muy extrañas. Como ciudadano de a pie me
resulta imposible entender cuestiones tan poco virtuosas como las “licencias por edad” que se practican en
el Parlament y que hemos conocido ahora, la patética remodelación en los Mossos
que desprende aroma de purga política o alguna que otra mordida que se empieza
a vislumbrar en el horizonte, pero de esos affaires trataremos en próximas
entregas.
De momento, seamos razonablemente
optimistas. A nadie se le puede pedir que renuncie a sus ideales. Sin embargo,
si podemos y debemos exigir a nuestros gobernantes que tengan los pies en el
suelo, si lo conseguimos, habremos logrado mucho porque es condición
indispensable para recuperar la normalidad política, aunque sea relativa.
Bernardo Fernández
Publicado en e
notícies 24/01/2022