El pasado 14 de enero,
publicaba, en esta magnífica ventana mediática que es e-notícies, un artículo
bajo el título “Desacomplejados;” en el analizaba la irrupción de Vox en el
tablero político a partir de los resultados en las elecciones andaluzas del 2
de diciembre.
En aquel escrito ponía sobre
la mesa, entre otras cosas, el incuestionable fracaso de los socialistas, pero
también la sangría de votos sufrida por el PP a favor de Vox. Los populares
perdieron con respecto a 2015 unos 350.000 votos mientras que la derecha
extrema obtuvo sobre los 390.000. El trasvase es evidente. De todas maneras,
sería una simplificación fiarlo todo exclusivamente a los números.
En mi opinión, las causas que
nos han traído hasta aquí son diversas, pero se podrían resumir en una
globalización descontrolada, la quiebra del del pacto político establecido tras
la Segunda Guerra Mundial entre los diferentes partidos y el triunfo, sin
paliativos, del capitalismo más salvaje, tras la caída del Muro de Berlín en
noviembre de 1989. Además, en el caso de nuestro país, podríamos añadir lo que
algunos llaman la Transición inacabada.
Con ese paisaje de fondo, los
Gobiernos (de cualquier color y/o tendencia) están siendo superados por la
realidad.
La economía financiera se ha
impuesto a la productiva y, en ese contexto, las desigualdades han aflorado con
mucha fuerza. Para terminar de arreglar el panorama, la crisis de 2007 ─que aún
no hemos superado─ castigó, de forma brutal a las clases medias y populares
─espina dorsal de toda sociedad democrática─. Todo eso, se ha convertido en un
terreno abonado, excelente, para que florezca el populismo y los líderes
mesiánicos.
Que individuos como Trump o
Bolsonaro gobiernen es un insulto a la inteligencia. Pero es que, a la vez, se
consolidan democracias de calidad dudosa como, por ejemplo, Turquía, Hungría,
Polonia o Rusia. Esos dos factores indican con bastante nitidez el estado de la
situación a nivel global.
España no es ajena a ese
contexto. Aquí el desprestigio de los partidos es grande y los políticos son
considerados ineptos y/o corruptos. Ese estado de cosas facilitó en su momento
la irrupción de Podemos y Ciudadanos como fuerzas emergentes. Unos como
adalides de la pureza ideológica ─de izquierdas, por supuesto─ que venían a
asaltar los cielos. Mientras que los otros nacieron en Cataluña, para ocupar un
espacio que había dejado huérfano el centro izquierda.
En esas circunstancias, que en
el panorama político de nuestro país apareciera una fuerza de extrema derecha,
como ya había sucedido en otros lugares, era cuestión de tiempo. Ha sido Vox,
pero podría haber sido cualquier otro. De hecho, Vox es una escisión no
reconocida del PP. Generada, además de por la situación ya comentada, también
ha contribuido la dejación del líder de los populares, Mariano Rajoy. Estoy
convencido que con Aznar al frente del partido de la calle Génova Vox no
hubiera crecido de la forma que lo ha hecho
En cualquier caso, veremos en
mayo, cuando se haga el recuento de las diversas elecciones que se han de
celebrar, como queda el reparto de votos. Entonces podremos calibrar el peso
político real de este grupo emergente.
Me lo decía una amiga que,
aunque carece de formación académica, es de esas personas que atesora una gran
sabiduría, adquirida a lo largo de los años vividos y la observación minuciosa
de los acontecimientos:” ser de Vox y/o votar a la extrema derecha empieza a
ser una moda.”
Desconozco sí, como dice mi
amiga, esto de la derecha extrema es una moda o algo más profundo. De lo que
estoy convencido es de que han venido para quedarse. Y ante esta situación, me
preocupa la intransigencia de aquellos que boicotean sus actos, les insultan e
intentan agredirlos para impedir que se expliquen o monten sus carpas para hacerse
publicidad. Ignoran esos personajes que una de las grandezas de la democracia
es acoger en su seno, hasta a los que están en su contra. Quizás es que en el
fondo no son tan diferentes.
Bernardo Fernández
Publicado en e notícies 28/01/19