Desde octubre de 2022, Pere Aragonès ha venido gobernando con un apoyo parlamentario más bien
raquítico de 33 diputados, de un total de 135. La abrupta salida de
Junts del Govern dejó al Ejecutivo de ERC tocado, pero no hundido. Ante esa
situación de evidente debilidad, lo más sensato hubiese sido explorar la vía para
formar coalición con los dos partidos que el año pasado apoyaron los
Presupuestos. En algún momento, pareció que había posibilidades reales para
reeditar un tripartito. Daba esa sensación porque tanto a los comunes, como a los
republicanos y a los socialistas les interesaba el sí a tres bandas, es decir,
aprobar los Presupuestos de Barcelona, de Cataluña y de España,
unos gobernaban el Ayuntamiento de la capital, los otros la Generalitat y Pedro
Sánchez podría seguir con la mayoría que le invistió. Sin embargo, los
republicanos prefirieron llegar a acuerdos puntuales, antes que compartir poder
El panorama electoral se precipitó en
Cataluña con la negativa de los comunes a permitir la tramitación de los
presupuestos para este año, Esa situación cogió a Junts con el pie cambiado, obsesionados,
como estaban, en capitalizar el éxito de la ley de amnistía y
en los preámbulos de una dura negociación de los Presupuestos Generales del
Estado para 2024. El adelanto electoral hizo modificar buena parte de los
planteamientos políticos, tanto de los partidos catalanes como del propio
Gobierno central que renunció a presentar las cuentas para este año y todos
ellos se marcaron como objetivo prioritario el 12 M.
Ahora, estamos a pocas horas de
ejercer nuestro derecho a votar. Decir que estamos ante las elecciones más
importantes es un tópico que, de tanto usarlo, se ha desgastado. Sin embargo,
en esta ocasión es una gran verdad.
Cuando este próximo domingo, los
ciudadanos de Cataluña vayamos a las urnas, decidiremos entre seguir atascados,
divididos y enfrentados, como lo hemos estado estos últimos diez años o, pasar
página, mirar al futuro y encarar una etapa de progreso y concordia, donde la
atención a las personas y al bienestar de los ciudadanos sean el eje
vertebrador de todas las políticas.
En Cataluña soplan vientos de cambio.
Por mucho que algunos se empeñen en aferrarse a viejas entelequias, eso ahora
son pantallas superadas. Ha llegado el momento de revalidar los grandes triunfos
que logró el PSC en las últimas elecciones municipales del 28 de mayo y en las
generales de 23 de julio.
Nacionalistas e independentistas
siempre han considerado a los socialistas como el enemigo a batir. Sin embargo,
el socialismo catalán ha tratado, a menudo, con demasiada benevolencia al
nacional-independentismo y a su entorno ideológico más cercano.
Esa situación no surge por generación
espontánea. En opinión de prestigiosos historiadores, el nacionalismo hunde sus
raíces en el carlismo del siglo XIX que, aunque derrotado por los liberales de
la época, arraigó con fuerza tanto en el País Vasco como en Cataluña,
evolucionando hacia el nacionalismo.
Más tarde, ya con una democracia
incipiente, el affaire Banca Catalana vino a trastocar lo que hubiera tenido
que ser el normal desarrollo democrático y la recuperación de las instituciones
catalanas que acabaron siendo monopolizadas por el pujolismo y estigmatizando
al PSC.
No es casual que, durante décadas,
incluso a día de hoy, en la Cataluña interior los socialistas sean considerados
botiflers y ñordos. Ser socialista allí puede llegar a ser una conducta de
riesgo en determinados momentos y lugares. Con los tripartitos de Maragall y
Montilla parecía que la situación podía normalizarse, pero el exceso de ruido
mediático, algunas acciones gubernamentales poco afortunadas y la crisis
económica pusieron fin a aquella etapa de normalización y entramos en otra que,
por el bien de todos, hemos de cancelar.
Y en esas estamos. Ahora nos toca
pasar página. Estas elecciones al Parlament son muy determinantes. Hemos de
decidir si se produce un cambio sustancial en el equilibrio político o
continuamos atascados en lo que se ha dado en llamar la década perdida. Es
decir, continuar con la agonía procesista que nos ha llevado a un callejón sin
salida o ponemos el contador a cero e iniciamos una nueva etapa.
En este contexto, es crucial que los
partidos independentistas no sumen 68 escaños que dan la mayoría absoluta en el
Parlament. Eso significaría que la probable victoria del PSC podría ser válida
para gobernar y hacer factibles fórmulas de gobierno y/o colaboración que nos liberen
de esa tela de araña en la que estamos atrapados y se pongan en práctica
políticas de reencuentro, normalización institucional y recuperación económica.
Hemos de ser conscientes de que en
esta ocasión tenemos la oportunidad de clausurar uno de los periodos más grises
de nuestra historia democrática, recobrar la cohesión social e iniciar una
etapa de bienestar y progreso que nos vuelva a situar como ciudadanos y como
país entre los lugares con mejor calidad de vida y más desarrollados de Europa;
lograrlo de nosotros depende.
Bernardo Fernández
Publicado en E notícies 11/05/2024