Hace ahora dos meses, Donald Trump
anunciaba, a bombo y platillo, que Israel y Hamás habían llegado a un acuerdo y
firmaban la primera fase de un plan de paz para Gaza que se había gestado en la
Casa Blanca.
Desde entonces, el interés
informativo por la situación en esa parte del mundo ha ido decreciendo. Gaza ya
no ocupa las portadas de los periódicos ni encabeza los titulares de los
informativos de las cadenas de televisión. Si queremos saber cómo van las cosas
por allí, nos hemos de ir a las páginas interiores de los diarios y, a veces,
ni eso. Ahora la atención mediática tiene otras prioridades: un hipotético plan
de paz para Ucrania que solo existe en la mente de Trump y en los portafolios
de sus acólitos, que más parece un escarnio para el pueblo ucraniano y un desprecio
a Europa o la amenaza de invasión a un país soberano para “acabar con esos
hijos de perra”, en referencia a supuestos narcotraficantes, según dijo el
sheriff de la Casa Blanca, en una indisimulada amenaza a Venezuela. Pero como
que Venezuela debe ser poca cosa para el afán imperialista de los halcones
norteamericanos, ya han puesto el ojo en Colombia y así invaden dos países por
el precio de uno.
Pero en Gaza, han seguido muriendo
personas (se calcula que han sido más de 400 los civiles asesinados a manos del
ejército durante esos dos meses de supuesta paz), la asistencia sanitaria es
muy escasa y la ayuda humanitaria, a todas luces, insuficiente. Las tropas
israelíes, con total impunidad, siguen restringiendo el suministro más básico y
solo autorizan la entrada a un tercio de los 600 camiones diarios a los que les
obliga el acuerdo. Además, nada más han habilitado dos de los seis pasos
fronterizos con el enclave, impidiendo el acceso directo hacia el norte de la
Franja y manteniendo cerrado el paso de Rafah con Egipto.
Es cierto que los bombardeos son casi
inexistentes. Pero no se permite el paso a la prensa y tan solo unas cuantas
oenegés pueden hacer, no sin dificultades, su trabajo, estrechamente vigiladas
por el ejército israelí. No obstante, aunque con suma lentitud, se va
conociendo la dimensión de la catástrofe y las barbaridades que en los dos años
de guerra se han cometido, a pesar de la censura y ocultación impuestos por el
gobierno israelí y el nihilismo de la comunidad internacional.
Tal vez la guerra haya terminado en
Gaza, pero no ha llegado la paz. Media Franja sigue ocupada. Israel ejerce un
control absoluto y se ha sacado de la manga una Línea Amarilla y tras ella ha
concentrado a dos millones de personas. En realidad Gaza es una cárcel al aire
libre en condiciones inhumanas. Durante el conflicto armado murieron más de
70.000 gazatíes, ahora siguen muriendo por ataques indiscriminados del ejército,
porque alguien traspasa esa maldita Línea Amarilla o, desesperados por el
hambre, protagonizan algún altercado cuando van a recoger algo para comer. Y
por si no había bastante con la brutalidad militar, los colonos se han venido
arriba y, desde la más absoluta impunidad, acosan a los palestinos sin ningún recato.
Más pronto o más tarde, las partes
implicadas deberán afrontar la segunda fase de la hoja de ruta de Trump que,
desde la ambigüedad, aborda asuntos tan espinosos como la futura gobernanza del
enclave, que prevé que supervise una Junta de la Paz presidida por el propio Trump,
además del desarme de Hamás o la retirada de las tropas israelíes. El plan
vincula el avance de esas cuestiones con la aparición de una fuerza
internacional (ISF, por sus siglas en inglés) que, hasta el momento, carece de
integrantes.
A mediados del pasado mes de
noviembre, El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobaba una resolución
inspirada en el plan de paz para Gaza promovido por Donald Trump, El respaldo
de la institución multilateral representa un espaldarazo para el presidente
norteamericano para forjarse una imagen de hombre de paz, aunque esté matando,
en el mar del Caribe de forma arbitraria a tripulantes de supuestas narcolanchas.
La resolución 2803 (basada en el plan
original estadounidense de veinte puntos —incluido en ella como un anexo—),
prevé —como ya se ha comentado— el establecimiento de una fuerza internacional
de seguridad en la Franja Esa fuerza de paz tendrá como misión asegurar las
fronteras de Gaza con Israel y Egipto. También deberá proteger a los civiles y
los corredores humanitarios dentro de la Franja, así como capacitar a una
futura fuerza de policía palestina. Pero el texto de la resolución no explica
si la ISF llevará a cabo uno de los puntos clave del plan de paz: el desarme de
la milicia radical palestina Hamás. Y en caso afirmativo, cómo, dado que el
grupo islamista rechaza entregar las armas.
La resolución de la ONU, a pesar de
sus luces y sombras, es muy loable. Pero la historia nos enseña que esas
resoluciones, con demasiada frecuencia, se quedan en una simple declaración de
intenciones. Sobre todo de un tiempo para acá en el que la Organización está
mostrando su extrema debilidad.
Está claro que la paz en Gaza es un
espejismo porque los israelís siguen matando gazatíes, aunque sea con baja
intensidad, y los que logran sobrevivir pasan frío, hambre y carecen de las prestaciones
mínimas que debería recibir cualquier ser humano. Esa es la realidad. Pero,
seguramente, algunos mamarrachos pensarán que ese es el precio de la paz.
Bernardo Fernández
Publicado en Catalunya Press
09/112/2025

Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada