¿Recuerdan? Fue el 24 de febrero de
2005. En el Parlament de Cataluña se estaba sustanciado un pleno como
consecuencia del derrumbamiento producido por las obras del metro en la plaza
Pastrana del barrio del Carmelo de Barcelona. El ambiente era tenso porque en Convergència
i Unió (CiU) no habían asimilado la pérdida del poder y acusaban a los
socialistas y al Govern trtipartito de todos los males habidos y por haber. En
un momento dado el president Pasqual Maragall pidió la palabra y dijo: “Vostès
tenen un problema, i aquest problema es diu tres per cent“(Ustedes tienen un
problema, y ese problema se llama tres por ciento). La frase cayó como una
bomba. Artur Mas súper indignado, o eso parecía, amenazó con retirar el apoyo
al Govern, en la reforma del Estatut que en aquellas fechas se estaba debatiendo
en la Cámara catalana, cosa que habría impedido llevarlo adelante, e interpuso
una querella contra el president
por calumnias. Unos días más tarde Maragall retiró su acusación y Mas hizo lo
mismo con la querella.
Un tiempo después a Maragall le
diagnosticaron Alzheimer. El president tuvo la dignidad humana y la honradez
política de anunciarlo públicamente. La maldita enfermedad fue haciendo su
camino y, a día de hoy, alguien de su entorno me dice que el expresident casi
no percibe las imágenes, pero cada día escucha música clásica, con frecuencia
Beethoven.
Mientras, Artur Mas siguió con su
carrera política; hasta la fecha no se sabe si le han diagnosticado alguna
enfermedad grave o no. La cuestión es que con diagnóstico o sin él, Mas parece
tener demencia política selectiva; una enfermedad que no está reconocida en los
cuadros clínicos, pero que la padecen aquellos individuos que se empeñan en
negar las evidencias cuando estas les señalan.
Artur Mas ha sido el presidente más
veleta de la democracia recuperada. Muy pronto dilapidó la confianza que en él
habían depositado. Sin despeinarse pasó de coquetear con en el PP para sacar
los presupuestos adelante, a declarase independentista convencido, mientras
cosechaba el dudoso honor de presidir el gobierno que más recortes sociales
hizo en toda Europa, unos 3.000 millones de euros, incluidos 50 millones de
ajuste a quienes cobraban la renta mínima de inserción. Con razón en algunos
ámbitos le llamaban Mas “Manostijeras”.
Fue tan patán que, teniendo una
cómoda mayoría que le permitía gobernar sin agobios, se creyó el elegido de alguna
extraña providencia y convocó elecciones anticipadas para lograr una mayoría
absoluta, pero en realidad perdió un buen puñado de diputados y quedó a merced
de otras fuerzas independentistas.
Después de diversa idas y venidas en
diciembre de 2014 propuso la creación de una lista única formada por partidos
políticos, sociedad civil y profesionales (expertos reconocidos) a favor de la
independencia para presentarse en las elecciones autonómicas que convocaría
para el 27 de septiembre de 2015. Esa lista única independentista fue bautizada
con el nombre de Junts pel Sí y, curiosamente el candidato a la presidencia
de la Generalitat, que era él mismo Mas no encabezaba la lista, ocupaba el
número cuatro. Todo un acto de gallardía política.
Aquellas elecciones las ganó con
claridad el independentismo, pero las negociaciones para formar Govern fueron
tremendamente difíciles y complejas. Al final, el 9 de enero de 2016, después
de un acuerdo in extremis entre Junts pel Sí y la CUP, se anunció que Mas sería
sustituido como presidente de la Generalidad por Carles Puigdemont,
condición impuesta por la CUP para dar soporte a la investidura. El de 12 de
enero Artur Mas iba a parar a la
“papelera de la historia” según los cupaires.
He hecho este brevísimo recorrido
histórico porque en una reciente entrevista en TV3, Artur Mas aseguró que “si
Pasqual Maragall dijo aquello del 3% es porque estaba afectado por el
Alzheimer”. Ya. Esa afirmación no tendría más trascendencia si la persona
aludida estuviera en plenas facultades. Sin embargo, se convierte en una
crueldad y una vileza cuando el señalado está imposibilitado por la enfermedad
e incapacitado para defenderse.
Parece que Mas ha olvidado o, peor,
no quiere recordar que tuvo que disolver el partido que presidía, Convregència
Democràtica de Catalunya (CDC), con el que llegó a ser president de la
Generalitat porque estaba corrompido hasta las trancas. Que fue condenado por
los tribunales, que piezas separadas del famoso 3% aún se arrastran por los
juzgados de Cataluña. Pero es que hubo más, mucho más. CDC fue algo así como la
Cosa Nostra en versión catalana.
Muchos de los casos de corrupción en
que CDC estuvo implicada fueron aireados por los medios de comunicación y
conocidos por la ciudadanía y como que no quiero hacer sangre no insistiré. No
obstante, si quiero recordar que Artur Mas fue presidente de CiU de 2001 a 2015
y cuando Unió desapreció siguió siéndolo de CDC hasta que se reconvirtió en el
PDCat. Proceso que, por cierto, fue pilotado por el propio Mas.
No quiero frivolizar sobre algo tan sensible
como es la salud mental de una persona. Pero después de analizar algunas de las
decisiones de Artur Mas cuando era president y sus actuales declaraciones sobre
Pasqual Maragall se me plantea un serio dilema: este hombre o tiene alguna
afectación que le influye en su capacidad de raciocinio y de asumir la realidad
o tiene la cara más dura que el cemento armado. Otra explicación no me cabe en
la cabeza.
Bernardo Fernández
Publicado en CatalunyaPress
11/05/2025