Calculo
que escribir este artículo me va a llevar, aproximadamente, un par de horas. Y
según un estudio realizado por varias organizaciones humanitarias cada 4,25
segundos muere una persona por falta de alimentos. Por consiguiente, sin no voy
errado con los números, mientras yo estoy cómodamente sentado frente al teclado
unos 1.700 seres humanos morirán de hambre.
Ese
estudio señala que alrededor de 839 millones de personas en el mundo no pueden
alimentarse de manera adecuada. La Agencia de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) espera que esta situación vaya a más cuando
se agreguen al cálculo los efectos nocivos de las sequías y las inundaciones,
las restricciones a las exportaciones, los altos niveles de deuda de los países
más pobres, el aumento en las tasas de interés, los costes energéticos y el
mazazo de los conflictos bélicos que estamos padeciendo a nivel mundial. “La
situación no está mejorando, por el contrario, va a peor”, afirma Máximo
Torero, economista jefe de la FAO. “Cada vez estamos más lejos de un mundo sin
hambre”, recalca el experto.
La
situación ya era patética antes de que llegara la pandemia del coronavirus. En
2019, había más de 618 millones de personas pasando hambre en el planeta. Pero
con la llegada de la Covid la cifra se disparó hasta colocarse cercana a los
828 millones, según la FAO. El panorama empeora si se considera a todos
aquellos que viven con la incertidumbre de conseguir alimentos o que no pueden
permitirse una dieta saludable, es decir, que viven con inseguridad
alimentaria. En esta condición vivían más de 2.300 millones de personas en
2021: una de cada cuatro en el mundo. De todas estas, unos 205 millones de
seres humanos (en 45 países) se enfrentan a una situación de alta gravedad, con
poco acceso a alimentos y medios, por lo que su vida corre peligro, según el
Banco Mundial.
La
previsión es que todas estas cifras vayan al alza. Jason Channell, responsable
de finanzas sostenibles de Citi Global Insights, describe la situación como la
de la " tormenta perfecta en la lucha contra el hambre”. Pues mientras el
mundo aún se está recuperando de la Covid-19, los problemas medioambientales, sociales,
políticos y económicos se abren paso en el mapa, dejando su impronta en
el precio de los alimentos (que acumulaban una serie de máximos históricos
o niveles que no se veían desde hace, al menos, una década) y una estela de
gente con cada vez más dificultades para acceder a la comida.
La
invasión rusa en Ucrania fue la guinda del pastel. “El mayor impacto en los
precios actuales se debe a las guerras”, afirma Hiral Patel, directora global
de Investigación Sostenible en Barclays. El órdago de Moscú a Kiev echó más
leña al fuego. “Complicó los esfuerzos de reequilibrio del mercado agrícola que
probablemente se habrían materializado en algún momento de 2022″, dicen los
expertos de Citi Global Insights en un informe publicado recientemente.
Inmediatamente después de que se iniciara la invasión rusa, el índice de
precios de los alimentos de la FAO —que incluye la media ponderada de los
importes de exportación de carne, productos lácteos, cereales, aceites, grasas
y azúcar— alcanzó su máximo histórico. Los aumentos más significativos se
dieron en aceite de girasol, trigo y maíz.
“Los
temores de un periodo de altos precios mundiales sostenido de los alimentos han
disminuido un poco”, comenta Rob Vos, director de la División de Mercados y
Comercio del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas
Alimentarias (IFPRI). Todos los componentes bajaron al cierre de 2024. En
particular, el aceite vegetal, que mostró el descenso más fuerte en la segunda
mitad del año: un 33% entre junio y diciembre, pero aún está un tercio por
encima de los niveles anteriores a la pandemia. “Los precios están en los
niveles de preguerra”, dice Torero. “Pero aún no llegan a los niveles de
precovid”. El acuerdo alcanzado en julio de 2022 entre los países en conflicto,
Turquía y la ONU, para reanudar las exportaciones de alimentos desde los
puertos ucranios del mar Negro contribuyó a contener la escalada. Los cereales
ucranianos proporcionan las calorías necesarias para más de 400 millones de
personas en todo el mundo, pero la incertidumbre que genera el conflicto bélico
hace que no se pueda garantizar la distribución. Aquí hay que añadir los nuevos
desajustes e incrementos de precios que supone el genocidio en Gaza, de lo que
todavía hay pocas estadísticas.
En
el mundo hay comida para todos. Mientras la producción de alimentos se ha
multiplicado al menos 3,6 veces desde hace 70 años, la población lo ha hecho
solo 2,5 veces. “La causa del hambre y la desnutrición es la pobreza”, afirma
la OCDE. Para lograr un mayor acceso, dice la FAO, hay que incentivar la
movilidad de los alimentos, usar nuevas tecnologías para producir, tener un
consumo más eficiente de los mismos (hasta un 50% de los fertilizantes se
derrochan) y desperdiciar menos. Unos 1.300 millones de toneladas (útiles para
alimentar a 3.000 millones de personas) van a la basura al año. “En las
sociedades más desarrolladas los consumidores esperan productos inmaculados,
siempre de temporada y perfectos”, sostiene Raj Patel, estudioso de la crisis
alimentaria. En España, cada ciudadano tiramos 28,21 kilos. “Esto se podría
reducir cambiando el comportamiento de la gente”, comenta Máximo Torero.
Nos
jactamos de haber puesto el pie em la luna, la Inteligencia Artificial forma
parte de nuestras vidas cotidianas, nos gastamos miles y miles de millones de
euros y dólares en comprar armas para matar a nuestros semejantes, pero somos
incapaces de dar a otros lo que nos sobra, darles un pez o enseñar a pescarlo
para que se alimenten. No sé si es por la condición humana o por los intereses
creados.
Bernardo
Fernández
Publicado
en la web de CÒRTUM 08/07/2025
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