Apreciado
compañero Felipe:
Jamás
llegué a pensar que escribiría una carta como esta. Me impulsan a hacerlo tus
frecuentes declaraciones y/o cometarios sobre las iniciativas políticas del
Gobierno que preside Pedro Sánchez, siempre agrios y críticos y eso, me genera
perplejidad, decepción y enojo.
Vaya
por delante que desde muy pronto fui seguidor tuyo, aunque no siempre estuve de
acuerdo con tus decisiones. En mi opinión, has sido uno de los grandes
estadistas que dio España en el siglo XX y uno de los mejores presidentes de
gobierno de nuestro país en el siglo pasado.
Los
partidos políticos necesitan para crecer y sobrevivir el paraguas de un líder
y, en la sociedad que nos ha tocado vivir, para ser líder hay que tener unas
capacidades comunicativas excepcionales. Esa cualidades fortalecen al dirigente
en el seno de la organización y lo proyectan como reclamo electoral. Los medios
de comunicación necesitan interlocutores que comuniquen con nitidez y cierta
pasión. Si echamos un vistazo a nuestro entorno y al pasado más o menos
reciente, veremos que los dirigentes políticos que han prevalecido en el tiempo
han sido aquellos que han tenido unas capacidades comunicativas fuera de lo
común, y tú Felipe las has tenido y, según parece, las conservas bastante
intactas. Quizás porque siempre tuviste una inmensa capacidad de persuasión.
Fuiste
y eres un maestro de la palabra hablada. Tus discursos en el Congreso de los
diputados eran pequeñas joyas. Tu voz cautivaba y convencía, tanto lo que
decías como la forma en que lo decías, la entonación, los gestos, es decir el
lenguaje corporal, eran un representación casi perfecta y eso hacía que
transmitieras convicción. Como decía un antiguo compañero: “cuando habla Felipe
hasta mi madre lo entiende, cuando habla…, a veces no lo entiendo ni yo”.
Siempre
he pensado que si conectabas con los ciudadanos era porque además de tu
facilidad de palabra, la gente veía que tras tu discurso había una idea clara
para modernizar y europeizar España. Tú exponías tus ideas, las justificabas,
las defendías y las llevabas a la práctica, sabiendo que gobernar con ideas
tiene costes.
En
el paso de la dictadura a la democracia, el PSOE aglutinó en sus filas una
serie de jóvenes de una capacidad excepcional que elaboraron un proyecto
político que acabaría siendo el eje vertebrador de la Constitución, el núcleo
del programa electoral del 82 y el embrión para la modernización de España.
Entonces, apareció un gran comunicador ─que eras tú─ y supiste aglutinar las
distintas sensibilidades que existían dentro de la organización, construir un
discurso y desarrollar un estilo con el que todo el partido se identificó. Eso
lo captaron enseguida los medios de comunicación que encontraron en ti el
relator ideal y te convirtieron en el protagonista de la vida política, muy por
encima del propio partido y, desde luego, de los adversarios políticos.
Justo
es decir que tuviste suerte (en la vida, como en la política, nunca viene mal),
la implosión de la UCD te facilitó mucho las cosas. Además, nunca fuiste ni
fundamentalista ni oportunista y eso jugó a tu favor. En aquellos tiempos,
vivíamos en un desbarajuste permanente y la ciudadanía quería ser gobernada y saber
que había un gobierno que se ocupaba del país y ponía rumbo al futuro y tú
fuiste quién capitaneo esa nave.
No
obstante, en tu gestión también hubo cuestiones oscuras o poco virtuosas que
estallaron con especial virulencia en las dos últimas legislaturas, aunque es
muy probable que llevaran mucho tiempo incubándose. No las voy a mencionar,
seguro que las tienes muy presentes, como también recordarás que cuando
pintaban bastos decías que tú te acababas de enterar por la prensa.
Pero
volvamos al presente: has criticado con suma dureza la ley de amnistía. A mí
tampoco me gustó. No obstante, hay que reconocer que algún efecto positivo ha
tenido, sobre todo, en los sectores más templados del independentismo, la
situación en Catalunya se ha girado como un calcetín, se vuelve a respirar un
aire de normalidad y tenemos un presidente socialista en la Generalitat. No
está mal.
En
cambio, no has dicho absolutamente nada sobre cuestiones como la situación
económica de nuestro país que va mucho mejor que cualquiera otra de la UE, ni
del descenso del número de parados, auténtico talón de Aquiles de todos los
gobiernos. Nunca te has referido a la reforma del mercado laboral que está
haciendo disminuir los contratos en precario de manera considerable. Tampoco te
he escuchado comentar nada sobre las políticas sociales y de distribución de la
riqueza que han llevado a cabo Sánchez y su equipo. ¿Te imaginas la pandemia
con M. Rajoy en la Moncloa? Mejor que no. Francamente, hubiese sido muy
reconfortante que tus críticas hubieran ido acompañadas con algún
reconocimiento a la gestión porque, en siete años que lleva Sánchez gobernando,
alguna cosa habrá hecho bien como, por ejemplo, regular por ley la subida de
las pensiones conforme al IPC. ¿No te parece?
Nunca
tuviste una sintonía franca con Pep Borrell y mucho menos, cuando tuvo la
“osadía” de desafiar al aparato del partido, forzar unas primarias y, además,
ganarlas. Tampoco tu relación fue fluida ni cordial con José Luís Rodríguez
Zapatero. Pero es que, a Pedro Sánchez, no sé si le tienes animadversión
personal, en eso no voy a entrar, pero política es una evidencia poco
cuestionable.
Estos
últimos días, te he oído decir que si Sánchez se vuelve a presentar tú no lo
vas a votar. Está claro que como ciudadano de un Estado social y de derecho
puedes votar a quien quieras o no votar. Faltaría más. Sin embargo, tú, además
de ser un ciudadano más, eres un referente político para miles y miles de
ciudadanos, tienes una biografía y eso marca.
En
fin, pienso que, por un acto de lealtad política, debía escribir esta carta. Te
deseo lo mejor, y espero que renuncies a ser un jarrón chino. No es fácil, pero
hemos de saber dejar paso a los que nos vienen detrás.
Con
mucho afecto, te hago llegar un saludo cordial.
Bernardo
Fernández
Publicado
en Catalunya Press 30/06/2025