El
papel lo aguanta todo. Otra cosa es llevar a la práctica aquello se pone por
escrito. Por eso, si el plan estatal de lucha contra la corrupción que presentó
el presidente Pedro Sánchez en el Congreso de los diputados, el pasado
miércoles, se pone en marcha y se aplica de manera adecuada, puede suponer un
giro de 180 grados en nuestro país y colocar a nuestra democracia entre una de
las más estrictas y contundentes a la hora de luchar contra esa lacra que son
los amaños de contratos y las mordidas a cambio de adjudicación de obra
pública. Sin duda, una de nuestras asignaturas pendientes, más importantes,
desde la recuperación de las libertades.
Los
grandes partidos, sin excepción, tienen en su recorrido episodios de
corrupción: le sucedió al PSOE en la época de Felipe González y le ocurrió a
CiU, hasta el punto de que desapareció asfixiada por su famoso 3%. Pero quién
se ha llevado el premio a la deshonestidad ha sido el PP. Los populares tienen
en su palmarés casos de corrupción para aburrir. Resulta imposible establecer
el número de cargos públicos con carné del Partido Popular que han dado con sus
huesos en la cárcel por trapicheos y corruptelas de más o menos envergadura. Pero
no solo es corrupción meter la mano la caja, también lo es, además de fraude,
las falsedades de José María Aznar siendo presidente del Gobierno, cuando no
dudó en mentir a la ciudadanía con la falacia de las armas de destrucción
masiva en la guerra de Irak, y atribuyendo los atentados de Atocha a ETA, a
pesar de que los servicios de inteligencia alemanes ya advertían que la banda
terrorista no los había cometido. Fue igualmente corrupto un tal M. Rajoy que
cobraba en negro del partido para complementar su sueldo como líder de la
oposición. Escribo esto porque, por higiene democrática, conviene no olvidarlo.
Pero
vayamos al núcleo duro del asunto: La credibilidad del sector de la obra
pública está bajo mínimos y los affaires del trío toxico (Cerdán, Ábalos,
Koldo), han puesto sobre la mesa un tenso debate político sobre el
endurecimiento de las penas a constructoras que sobornen y apañen licitaciones,
y a altos cargos y funcionarios que se dejen corromper.
La
normativa existente en nuestro país para estos asuntos es muy similar a la de
otros lugares de la UE. La reforma de 2017 de la Ley de Contratos del Sector
Público tiene como referencia la transposición de tres directivas europeas de
contratación de 2014, lo que de facto armoniza la norma en toda Europa. Otra
cosa es como se aplica esa normativa. De hecho, desde Bruselas se advierte
sobre la necesidad de más control frente a la corrupción y los avisos se
reparten, prácticamente, entre todos los miembros de la UE.
La
cuestión es que los affaires del trío toxico, ya mencionado más arriba, han
generado un fuerte malestar social y han crispado aún más nuestra ya muy
polarizada situación política, poniendo en riesgo la continuidad de la
legislatura y, por consiguiente, la supervivencia del Gobierno.
Con
ese panorama de fondo, Pedro Sánchez acudió al Congreso para sustanciar el
pleno más difícil desde que es presidente. Lo hizo, con la determinación de
recuperar la confianza de sus aliados o, cuando menos, no perderla
definitivamente. Para ello, compareció en la Cámara baja anunciando un plan de
lucha contra la corrupción con 15 medidas, vertebradas en 5 ejes. Ese plan se
ha diseñado juntamente con el departamento de anticorrupción, integridad y
gobierno de la OCDE, los grupos parlamentarios y expertos de la sociedad civil,
además de propuestas del GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción del
Consejo de Europa) y recomendaciones de la Comisión Europea. El plan, según el
presidente tiene como objeto “luchar de forma independiente contra la
corrupción”.
Entre
esas medidas destacan la puesta en marcha de una agencia de integridad pública
independiente que asumirá las funciones clave en la prevención, supervisión y
persecución de prácticas corruptas, Extensión de la metodología aplicada a la
adjudicación de los Fondos Next Generation a toda la Administración.
Introducción de herramientas de inteligencia artificial en la plataforma de
contratación del sector público para automatizar y optimizar la identificación
de patrones anómalos o indicios de fraude, reforzar el control sobre partidos
políticos y fundaciones, excluir de la contratación pública a las empresas
condenadas por corrupción, así como la protección a los denunciantes de
posibles amaños y corruptelas.
Como
no podía ser de otra manera el debate parlamentario fue tenso. El PP no hizo ni
una sola propuesta y, una vez más, Núñez Feijóo perdió los papeles. De nuevo,
el líder de los populares desaprovechó la oportunidad de mostrarse como un
político preparado para gobernar y se dedicó a hacer de mamporrero y ofender a
aquellos que algún día pueden ser sus socios y facilitarle el camino a la
Moncloa. Feijóo se mostró incapaz de empatizar con ningún grupo político. En
sus réplicas parecía que estaba porfiando en una taberna y llegó a entrar en
algunas cuestiones personales y familiares de Sánchez como, por ejemplo, los
negocios del padre de Begoña Gómez, ya fallecido. Parece que el líder de los
populares no se da cuenta de que le está haciendo el trabajo sucio a Vox. No
por casualidad, entre los dirigentes del PP empieza a extenderse el temor a que
se repita otro 23 J. La estrategia de Feijóo se basa en descreditar al
adversario y difundir bulos y mentiras. No es consciente que de ese modo
reivindica el discurso de la ultraderecha. Por todo eso, el PNV, que en otros
tiempos fue su aliado, le dijo con claridad que no cuenten con ellos.
Esa
es la gran suerte de Sánchez: su oponente no da la talla y, en ocasiones, actúa
más como un fiel aliado que como adversario.
La suma PP Vox, que es lo que podía desalojar al presidente de la
Moncloa, da miedo por lo mucho que tiene de reaccionaria. Quien no lo crea que
eche un vistazo a los pactos de esas dos formaciones en Valencia o Murcia.
En
definitiva, nadie tiene el más mínimo interés por ver a Feijóo presidiendo el
Consejo de Ministros. Por eso, el plan de lucha contra la corrupción ha actuado
como un dique de contención, pero eso no es un cheque en blanco. Los socios
parlamentarios lo han dejado claro, en especial ERC y Partido Nacionalista
Vasco, aunque no pidieron elecciones, es evidente que, si la crisis del PSOE
escala y resulta que la podredumbre ha extendido sus raíces hasta la calle
Ferraz, la legislatura se habrá terminado. O sea, los aliados han dicho: Sí…,
pero.
Bernardo
Fernández
Publicado
en Catalunya Press 14/07/2025
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