Cuando estas líneas salgan a la luz,
habrá pasado casi una semana desde las elecciones al Parlament. En esos días,
los medios de comunicación ya habrán hecho infinidad de análisis, publicado
editoriales, tribunas, artículos y llevado a cabo toda clase de tertulias sobre
los comicios y sus resultados. Por lo tanto, procuraré no repetir lo que ya se
ha dicho y escrito hasta la saciedad. Pero voy a intentar hacer un poco de
futurología política a ver si logro despejar alguna de las incógnitas que ha
planteado la ecuación resultante del 12 M.
Los resultados, del pasado 12 de
mayo, son un aval para la agenda del “reencuentro” que puso en marcha Pedro
Sánchez con la mesa de diálogo y los indultos. Ahora, hay que ver la reacción
de los partidos independentistas y si saben estar a la altura de las
circunstancias, sin mezclar churras con merinas, es decir, si no trasladan su
frustración a Madrid y quieren cobrar en el Congreso de los diputados lo que han
sido incapaces de ganar aquí. Siempre se había dicho que las cuestiones de la
política catalana se resolvían en Cataluña. Sin embargo, desde hace un tiempo
el independentismo tiende a querer resolver sus problemas cerca de Cibeles
Pero quiero poner el foco en la
política catalana porque las elecciones al Parlament iban de eso: de
Cataluña.
Para empezar, debemos reconocer que la
decisión de Pere Aragonés que, tras el descalabro de ERC —anunció que no
recogerá su acta de diputado y deja la primera línea política—, es un gesto que
le honra. Una iniciativa muy poco habitual por estos pagos. En cambio, Oriol
Junqueras apela al apoyo de la militancia para quedarse y ser el próximo
candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat.
Carles Puigdemont ya anunció el
domingo —y ratificado después—, su decisión de presentarse a la investidura. En
su opinión, puede lograr una mayoría más sólida que la del PSC; aunque parece
poco plausible que desde ERC estén dispuestos a darle su apoyo. Además, necesitaría
la abstención de los socialistas para ser investido y desde la calle Pallars ya
le han dicho que no cuente con eso.
Puigdemont, aunque diga que no es
deseable una repetición electoral, en realidad cree que podría rentabilizar una
nueva convocatoria, entre otras cosas, porque haría campaña desde Cataluña y de
paso asfixiaría aún más a ERC que no quiere oír hablar de elecciones ni en
broma. Con todo, el expresident haría bien cumpliendo su palabra y abandonar “la
política activa” tal como anunció en campaña. Pero esa es una decisión muy dura
y por ello prolongará su agonía tanto como sea posible, exprimiendo al máximo
su imagen de líder mesiánico, aunque eso signifique el bloqueo de
institucional.
En esta situación, sería muy
conveniente que el líder de Junts recordase que, en política, como en casi
todas las actividades de nuestra vida, suele ser, más importante que saber
ganar, saber perder. En consecuencia, si asimila esa realidad, prestaría un
último servicio al país y a su partido que, sin él, podría encarar el futuro con
determinación y sin cargas inútiles en el equipaje.
En cualquier caso, le corresponde a
Salvador Illa hacer los primeros movimientos y establecer contactos para
intentar formar Govern. El socialista puede negociar tanto con las fuerzas de izquierda —con la fórmula del
tripartito ya utilizada en 2003 por Pasqual Maragall y en 2006 por José
Montilla; aunque dudo mucho que ERC esté dispuesta a entrar en un tripartito
con el PSC. En estos momentos los republicanos son un partido desnortado y
sumido en una profunda crisis de identidad. También puede intentarlo con la
derecha nacionalista —la inédita sociovergencia—, fórmula muy improbable porque
tanto desde el PSC como desde Junts ya la han desechado. Ante esta situación no
se debería descartar un Ejecutivo en solitario con una geometría variable que
posibilite apoyos parlamentarios a varias bandas.
Si
Salvador Illa opta, finalmente, por el Govern monocolor podría ceder a los
republicanos la presidencia del Parlament a cambio de, por ejemplo, los votos
para la investidura y los primeros presupuestos.
Otra
opción podría ser un Govern en coalición con Sumar, pero los de Jessica Albiach
saben que el PSC tiene, en la carpeta de los asuntos urgentes, temas como la ampliación del aeropuerto de El
Prat, el Hard Rock o la B 40, cuestiones tabús par los Comuns.
A todo
esto, no deberíamos obviar la posibilidad de que algunos, por intereses
espurios, se enroquen para forzar una repetición electoral. Eso sería fatal,
tanto para los partidos por el coste humano y material que supone una campaña,
con la alta probabilidad de que los nuevos comicios den unos resultados muy
similares a los actuales e incluso que el electorado castigue a aquellos que
han forzado la repetición. Pero sobre todo, sería una situación de extrema
gravedad para el país, entre otras cosas porque en 2024 estamos funcionando con
los presupuestos de 2023 prorrogados y seguir unos meses sin Govern
significaría no tener cuentas aprobadas, en el mejor de los casos, hasta
mediados del año próximo. Una situación de interinidad que no nos podemos
permitir.
Vamos
a vivir días de tira y afloja. Habrá momentos que parecerá que todo se va a ir
a Norris y otros que todo está hecho. No debemos perder la calma. Muy pronto comenzará
la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo, del próximo 9 de junio, y
eso va a suponer una relativa ralentización de la agenda política catalana, al
menos de cara a la opinión pública, aunque en los cuarteles generales de los
partidos se siga trabajando entre bambalinas. El día 10 del mismo mes finaliza
el plazo para que se constituya la mesa del Parlament, entonces empezará otra
vez el baile, ya definitivo, pero mientras, démonos un respiro, nos lo hemos
ganado.
Bernardo
Fernández
Publicado
en E notícies 18/05/2024
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